jueves, noviembre 14, 2013

Las dos verdades


Según una leyenda de inspiración gnóstica, en el cielo se desarrolló una lucha entre los ángeles en la cual los partidarios de Miguel vencieron a los del Dragón. Los ángeles indecisos que se limitaron a mirar fueron relegados a la Tierra, para que en ella llevasen a cabo la elección a la que no se habían resuelto arriba, elección tanto más penosa cuanto que no traían recuerdo alguno del combate y menos aún de su actitud equívoca. Así, la causa de la historia sería un titubeo y el hombre el resultado de una vacilación original, de la incapacidad para tomar partido en la que se hallaba, antes de su destierro. Arrojado a la tierra para aprender a optar, se verá condenado al acto, a la aventura, en la que podrá brillar sólo si ha asfixiado en sí mismo al espectador. Si el cielo permite, hasta cierto punto, la neutralidad, la historia, por el contrario, aparece como el castigo de quienes, antes de encarnarse, no hallaron ninguna razón para adherirse a un campo en lugar de al otro. Se comprende, pues, que los humanos tengan tanta prisa por abrazar una causa, por aglutinarse alrededor de una verdad. Pero, ¿alrededor de qué clase de verdad? 

El budismo tardío, especialmente la escuela Madyamika, subraya la oposición radical entre la verdad verdadera o paramartha, atributo del liberado, y la verdad relativa o samvriti, verdad velada, verdad de error más exactamente, privilegio o maldición del no emancipado. La verdad verdadera, que asume todos los riesgos, incluso el de la negación de toda verdad y el de la idea misma de verdad, es prerrogativa del inactivo, de quien se coloca deliberadamente fuera del círculo de los actos y sólo se interesa por la apropiación (brusca o metódica, da lo mismo) de la insustancialidad; apropiación que no va acompañada de ningún sentimiento de frustración, pues la apertura a la no-realidad supone un misterioso enriquecimiento. Para él la historia será un mal sueño al que deberá resignarse, dado que nadie está en condiciones de elegir sus propias pesadillas. Para aprehender la esencia del proceso histórico, o más bien su falta de esencia, es preciso rendirse a la evidencia de que todas las verdades que acarrea son verdades erróneas, porque atribuyen una naturaleza propia a lo que carece de ella, una sustancia a aquello que no puede poseerla. La teoría de la doble verdad permite discernir el lugar que ocupa, en la escala de las irrealidades, la historia: paraíso de sonámbulos, obnubilación en marcha. En el fondo, no carece por completo de esencia, puesto que es esencia de  engaño, clave de cuanto ciega, de cuanto ayuda a vivir en el tiempo. 

E.M. Cioran

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