viernes, enero 19, 2007

Los hijos de los hombres


Siempre pensé que el fin del mundo sería algo gradual, es decir, que un buen día, por alguna u otra razón, dejarían de crearse vidas nuevas y bastaría con esperar a que se extiguiesen una a una, de manera natural, hasta que todo terminara.
Sería lo justo. De ese modo nadie podría quejarse de que no tuvo oportunidad de vivir plenamente.
Pensaba que sería algo tranquilo, pacífico. Algo como un acto de resignación, de paciencia, convicción o liberación. Todavía no sé cuál de ellas. Pero a grandes rasgos, pensaba que sería algo parecido a lo que relata Ray Bradbury en su cuento "La ultima noche del mundo", en el que, a sabiendas que el mundo acaba una noche, todos se van a dormir felices y con la conciencia tranquila.
Nunca consideré el lado opuesto.
Lo descubrí mientras veía la peícula "Children of Men", en la que la raza humana está al borde de la extinción porque no hay más nacimientos y la gente, en lugar de apreciar y disfrutar lo poco que quedaba de su maravillosa y efímera existencia, se mataban unos a otros, se encerraban en jaulas como animales, aferrados a sus estúpidas ideas de diferencias y ambiciones de poder.

Entonces cambié de opinión. Si la historia nos ha enseñado algo es que el hombre espera la menor excusa para dejar de ser hombre y convertise en bestia. Y esta visión del fin del mundo, aunque más triste, es mucho más cercana a la realidad, a lo que vivimos hoy en día.
Supongo que el fin del mundo no será cuando a Dios o quien sea se le ocurra bajar el switch, sino una auto-desctrucción cuando al hombre se le pase la mano irremediablemente.

Homo homini lupus, el hombre es el lobo del hombre.


Continuará...

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