Dos días después de iniciado el año, te das cuenta -porque nunca lo habías pensado- de que en realidad la alegría y los festejos no son por un año más que llega, una vuelta más al sol, una hoja menos en el calendario, una agenda nueva, etc., etc. Ni siquiera por las uvas, ni las 12 campanadas ni por el hecho mismo de reunirse y estar juntos en la cena celebrando.
Tal vez un poco sí, es decir, todo es parte de lo mismo.
Pero en realidad lo que te llena de alegría es que el año nuevo simboliza la capacidad de renovación que todos llevamos dentro. La capacidad de renovarse a sí mismo. El sencillo (pero no tan simple) acto de voluntad de terminar con el pasado y volver a empezar de nuevo.
Volverlo a intentar.
Volverlo a intentar.
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