Un día nos leyeron la taza de café. En algunas aprecieron aves, caballos, princesas: todo tipo de imágenes, augurios, fortuna. Pero en la mía no había nada. No era más que una informe masa de sedimentos de café. Durante algún rato me sentí mal, no faltó quien se burlara de mí. Pero después de un rato comprendí, descubrí mi valiosa y sutil ventaja sobre todos los ahí presentes: mi destino no se ha escrito aún, así que puedo construirlo, hacerlo o deshacerlo como mejor me venga en gana.
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