Aquellos que "son fecundos por el alma" conciben con el pensamiento: los poetas, los artistas, los sabios y, en fin, los creadores de leyes y los que enseñan a sus conciudadanos la templanza y la justicia.
Octavio Paz
Me han dicho que nuestras vidas no valen gran cosa,pasan en un instante como se marchitan las rosas.Me han dicho que el tiempo que se escurre es un canalla,que de nuestras penas se hace abrigos.Sin embargo alguien me ha dicho...Que todavía me amabas.Es que alguien me ha dicho que todavía me amabas.¿Será eso posible?Me han dicho que el destino se burla de nosotros,que no nos da nada y que nos promete todo.Parece que la felicidad está al alcance de la mano,así que tendemos la mano y nos hallamos locos.Sin embargo alguien me ha dicho...Que todavía me amabas.Es que alguien me ha dicho que todavía me amabas.¿Será eso posible?Pero ¿quién me ha dicho que todavía me amabas?Ya no lo recuerdo, era tarde en la noche.Escucho nuevamente la voz, pero ya no veo las facciones."Él te ama, es un secreto, no le digas que te lo he dicho".Ves, alguien me ha dicho...Que todavía me amabas, me lo ha dicho tan ciertamente...Que todavía me amabas, ¿será eso posible?
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas.
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací.
La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios.
La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra.
La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.