sábado, mayo 24, 2014

La Alegría del Sabio


Cuando Alejandro iba avanzando por la India y arrasaba en su campaña pueblos que apenas sus propios vecinos conocían, durante el asedio de una ciudad, mientras recorría las murallas para descubrir los puntos más débiles de la fortificación, herido por una flecha se obstinó, no obstante, en cabalgar para conseguir su objetivo. 
Cuando después, cortada la sangre y seca la herida, crecía el dolor y se le hinchaba la pierna y se entumecía colgando sobre el caballo, obligado a detenerse, dijo:
"Todos juran que soy hijo de Júpiter, pero esta herida me recuerda que soy un mortal".
Hagamos lo mismo nosotros. La adulación nos hace fatuos, cada uno dentro de su esfera. Digamos, pues:
"Ustedes dicen que soy prudente, pero veo cuántas cosas vanas ambiciono, y cuántas que me serán perjudiciales deseo. Ni siquiera entiendo aquello que enseña a los animales la saciedad, esto es, la medida que han de tener al comer y beber: aún ignoro mi capacidad".
Ahora te enseñaré a reconocer que no eres sabio. El sabio es el hombre lleno de alegría, sonriente, sereno e inmutable; él vive al mismo nivel que los dioses. Ahora, examínate tú mismo. Si nunca estás triste, si ninguna esperanza angustia tu alma con la expectación del futuro, si el tono de tu alma elevada y contenta de ella misma se mantiene igual noche y día, has llegado a la cima del bienestar humano. Pero si deseas los placeres, si los buscas todos y en todas partes, sabe que te falta tanto en sabiduría como en alegría. 
Deseas llegar, pero te equivocas, si esperas conseguirlo entre las riquezas, entre los honores, es decir, si buscas la alegría entre los afanes. Estas cosas por las cuales te esfuerzas, esperando la alegría y el placer, son causas del dolor. 
Todos tienden ciertamente al gozo, pero ignoran donde se consigue el gozo pleno y duradero: uno lo busca en los festines y el desenfreno, el otro en la ambición y en la multitud de clientes que le rodea, el otro en la amante, el otro en la vana ostentación de los estudios liberales y de las letras que no protegen de nada. A todos estos los seducen diversiones falaces y efímeras, como la embriaguez, que paga con largo tiempo de tedio la loca alegría de una hora, como los aplausos y las aclamaciones del favor popular, con tan grandes angustias compradas y expiadas.
Reflexiona, pues, que el efecto de la sabiduría es una alegría siempre igual. El alma del sabio es como el cielo que está sobre la luna: allí reina siempre la serenidad.
Aquí tienes, pues, un motivo para desear la sabiduría: que al sabio no le falta ni un solo instante la alegría. Esta alegría no nace sino de la consciencia de las virtudes propias: solo el fuerte puede estar alegre, solo el justo, solo el temperante.
¿Qué, dices, los necios y los malos no disfrutan? No más que los leones que han cogido su presa. Cuando se han fatigado con vino y orgías, cuando ya la noche se les acaba el pleno de la diversión, cuando ya los placeres, metidos en el cuerpo con más cantidad de la que cabe en su pobreza, les comienzan a supurar, entonces los malditos se exclaman como aquél verso de Virgilio: 
"Cómo pasamos la última noche en medio de falsos goces, ya lo sabes."
(Hablaba de la última noche antes del saqueo de Troya) Los libertinos pasan cada noche en medio de falsos goces como si fuera la última; pero la alegría que corresponde a los dioses y a sus seguidores, no se interrumpe ni se acaba. Terminaría si fuese externa. Puesto que no depende del favor ajeno, tampoco depende del antojo ajeno. La fortuna no arrebata lo que no otorga.

Séneca: Cartas a Lucilio (Carta LIX).